jueves, 10 de abril de 2008

La difusión de la identidad

La identidad es ese sentido de continuidad en la experiencia de nosotros mismos, una continuidad histórica, generacional, nacional, que incluye valores, creencias y un sentido de pertenencia a algo supraindividual, a algo que está más allá de nosotros mismos trascendente o banal pero que en cualquier caso es una experiencia compleja que incluye a la memoria, a la autoimagen, a la vivencia del tiempo y a las emociones y valores, sobre todo a esa dificil síntesis entre el apego y a la autonomía personal. La identidad es pues un constructo sometido a las leyes de la dialéctica que a veces identificamos con nuestro Yo o le llamamos Yo directamente pero que incluye operaciones diversas fruto de las cuales sabemos que “yo soy el mismo de ayer a pesar de saber que he cambiado”. La difusión de la identidad es un constructo creado por E. H. Erickson y que se manifiesta en un sentimiento subjetivo de incoherencia , en una dificultad para asumir roles y elecciones laborales u ocupacionales y sobre todo en una tendencia a confundir en las relaciones íntimas los atributos, emociones y deseos propios con los de otra persona y temer por tanto la pérdida de la identidad cuando la relación termina. Erickson describió tambien cómo algunos individuos tratan de escapar de este estado de confusión de la identidad merced a la asunción de una identidad negativa, esto es, con roles que resultan antivalores, inapropiados o inusuales dadas las caracteristicas socioeconómicas o de formación cultural de un determinado individuo. Esta posición iconoclasta y tan frecuente en la sociedad contemporánea empezó a generalizarse con el advenimiento de la contracultura de los años 60, uno de cuyos rasgos fue precisamente su populismo estético. Desde entonces el rock, los tejanos, un pacifismo utópico y el argot callejero son las señas de identidad de más de una generación, lo que significa que los valores que antaño definieran y configuraran una identidad media se habian desvanecido: valores como el compromiso y la lealtad han sido barridos por el individualismo y las vacuas relaciones utilitarias. Este fenómeno social ha sido estudiado por diversos autores que han inventado distintos nombres para referirse a él: postmodernidad (Lyotard), capitalismo tardio (Mandel), sociedad postindustrial (Touraine), tercera ola (Toffler), era del vacío (Lypovetsky), sociedad saturada (Gergen) o modernidad líquida (Bauman). En cualquier caso se trata de conceptos que ponen el énfasis en una serie de cambios sociales, politicos, económicos y psicológicos que pueden resumirse en una definición operativa que procede de Baudrillard: la postmodernidad es la caducidad de todos los ideales que sostuvimos durante la modernidad. La liberación de la mujer, el acceso obligatorio a la educación, la sanidad publica gratuita y universal, las rapidas comunicaciones, las nuevas tecnologias como Internet, el estado del bienestar, las leyes de protección de la infancia y de la dependencia, han tenido secuelas que han venido de la mano de evidentes ganancias en libertades, oportunidades, y bienestar. Estas secuelas se han presentado de forma inesperada, ningun teórico de la modernidad previó que detrás de una ganancia había adosada una nueva lacra peor aun de la que tratábamos de combatir con la educación universal, el empleo protegido o la sanidad gratuita. Paradójicamente hoy, en nuestras sociedades opulentas existen bolsas de inanición voluntarias como sucede con la anorexia, los hospitales están llenos de enfermos crónicos que exigen atenciones constantes y cada vez más caras, la anomia social, la desesperación, la soledad, la carencia absoluta de valores y los crimenes sin sentido aparecen como telón de fondo de nuestro “progreso”. No es de extrañar que a nivel psicológico el sentimiento crónico de vacío y la confusión de identidad se hayan constituido como el eje de torsión del sufrimiento actual incluyendo aquellos sufrimientos que entran dentro de lo psiquiátrico. La histeria del siglo XIX encontró desde los años 60 un nuevo mecanismo de expresión: la impulsividad, la disregulación del humor, la conducta errática, la irrupción o estallidos de cólera, el consumo de drogas psicoactivas, la promiscuidad sexual y la inestabilidad en las relaciones recibió de repente una nueva etiqueta: le llamaron trastorno límite o border-line y se supone que es un trastorno de personalidad que vino a reclutar a un tipode pacientes bastante parecido a las que reclutara la histeria en el siglo XIX. Segun Kernberg el paciente limite presenta una incapacidad para integrar los aspectos positivos y negativos de si mismo de una forma sintética y adaptada, lo que hace es mantenerlos separados y consiguientemente tambien separa los aspectos que recibe de los demás, siendo frecuente que rechace a las figuras protectoras y que prefiera a los objetos perturbadores. No se trata de una preferencia por aquello que pueda resultar nefasto o letal sino que tiene una incapacidad para discriminar lo bueno de lo malo en función de una incapacidad dialéctica, asi un limite o bien se culpará de todos los males o bien culpará a otros de sus desgracias, sin que resulte capaz de instalarse en ese termino medio al que nos lleva la capacidad de sintesis, desde una tesis (deseo) y una antitesis (realidad). Fonagy ha remarcado que los pacientes limite presentan dificultades en la mentalización, es decir en la representación, sobre todo de los aspectos beneficos de las figuras protectoras, por lo que no llegan a establecer una confianza básica suficiente. A mi juicio no existe en el campo de la psiquiatria ninguna experiencia que demuestre lo que muchos filosofos intuyen y verbalizan abiertamente: que el trastorno de personalidad border-line, no es una enfermedad verdadera (espontánea) sino una neurosis experimental creada por el modo de vida actual en las sociedades opulentas, incluyendo las tecnologías, los valores politicos, el modo de empleo, las expectativas laborales y la alienación vital. Del mismo modo que la histeria del XIX representaba de modo caricaturesco la condición femenina sometida al poder masculino y su forma de protesta, la impulsividad del paciente limite es la “protesta” y la consecuencia de vivir en un mundo tan comprensivo e indulgente con reglas mutables y que coexiste precisamente con la abolición de la lealtad, la tradición, la difuminación de las barreras genracionales, sexuales y sociales, la ausencia de límites al goce individual, la solidaridad o la esperanza en un mundo mejor han desaparecido de nuestras expectativas y nos hemos instalado en el “aqui y ahora” que cada vez tiene menos sentido para amplias capas de la población. Dicho de otro modo: el sufrimiento psicológico actual parece proceder más de un fracaso de los sistemas inhibidores (sean sociales, psicológicos o biológicos) que de una exageración de los sistemas excitadores. No es que hoy seamos más agresivos, egoistas, confusos, lujuriosos, vagos, o viciosos que nunca, es que nos hemos quedado sin razones para dejar de serlo. De manera que la cosa parece funcionar de este modo: ¿Como mantener la lealtad con una persona si nuestra relación tiene fecha de caducidad? Lo mejor es ser promiscuo, no comprometerme y eludir cualquier responsabilidad. ¿Como mantener una identidad laboral, en un mundo donde la volatilidad y la movilidad en el empleo tienen más importancia que la pertenencia? Lo mejor es trabajar hoy aqui y mañana alli, segun las necesidades y viajar, pues es en el viaje donde aquel que carece de identidad parece recobrarla ilusoriamente. El “para siempre” ha muerto. Está por ver si somos capaces de conformar un mundo de bienes consumibles con sentido que sean capaces de contener las expectativas humanas y que conjugen la libertad con la coherencia y el compromiso. Bibliografia consultada: Difusión de identidad y postmodernidad:una aproximación sociocultural al trastorno limite de la personalidad. E.J Novella yJ. Plumed En: Trastorno limite de la personalidad:Paradigma de la morbilidad psiquiátrica.(2005) Gaspar Cervera, Gonzalo Haro, J. Martinez Raga.

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