viernes, 2 de noviembre de 2007

10º

10º Se fue algo desairada, porque se dio cuenta que en lugar de aprovechar el descanso como hacíamos habitualmente, toda la clase había estado escuchando la conversación. Cosa que estaba a mi favor, porque tenía treinta y tantos testigos. No sólo eso, sino que hubo una sonora ovación por mi osadía que pilló por sorpresa a Prudenci, nuestro profesor de matemáticas, que entraba por la puerta. Era uno de nuestros preferidos, con el todo el mundo aprobaba, no porque levantara la mano a la hora de corregir, sino que las hacía amenas, era joven y con ilusión por enseñar, además era un tío de “Puta Madre”. Todos recordábamos el primer día que entró en clase, no nos dimos cuenta de que era un profesor, no lo parecía. Eso le costó llevarse un tizazo en todo el ojo, es lo que tiene meterse en medio de una batalla de tizas, pasatiempo que aunque parezca bárbaro nos gustaba, y al que nos entregábamos en muchos de los descansos entre clases. Lo reconozco, siempre he sido bastante descerebrado y estaba en mi mundo ideal, para la “profe” de Filosofía sería eidético, pero ahora sé que esa palabra no tenía el significado que ella pretendía darle, era feliz, una mentira que se repite muchas veces nunca llega a ser verdad.

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